Hace muchísimos años, cuando no existían todavía las máquinas de coser o bordar, en el corazón del antiguo Medio Oriente, los tejedores de telas se dieron cuenta de que, al terminar de hilar, sobraban flecos en los bordes de tapices y mantos.

Alguien, por curiosidad o quizás aburrimiento, empezó a anudar esos hilos sueltos de formas decorativas, haciendo sencillos dibujos. Este pequeño detalle en los tapices se convirtió en lo que ahora se conoce como macramé.

La palabra Macramé tiene su origen en el árabe migramah, que significa “flecos ornamentados”. Los árabes eran grandes viajeros y comerciantes, por lo que, adornando sus tiendas y caravanas, mantos y turbantes, llevaron la técnica a todas partes.

Con el tiempo, los árabes llegaron a la península ibérica, y allí el macramé se mezcló con las tradiciones locales. Los artesanos aprendieron la técnica y le dieron un estilo propio. Y como España también era un país de marineros, los nudos no tardaron en subir a los barcos. Estos estaban muchas horas navegando, y empezaron a hacer nudos decorativos o “nudos de marinero” con las cuerdas. Aparte de ser útiles en el barco, también los convertían en pulseras y adornos que después vendían por los puertos.

Así, poco a poco, el macramé viajó por todo el Mediterráneo y luego por Europa. En el Renacimiento se convirtió en un símbolo de delicadeza y paciencia. En la época victoriana, se volvió muy popular en Inglaterra y Estados Unidos. Plantas colgando en maceteros de macramé, sillones con cubiertas de nudos y mujeres sentadas en círculo, charlando mientras anudaban pacientemente hilo tras hilo. Era casi un ritual, una forma de compartir tiempo y creatividad.

En muchas culturas, incluso aquellas que nunca se conocieron entre sí, aparecieron técnicas similares. Los pueblos indígenas de América, por ejemplo, también hacían nudos para adornar y para dar fuerza simbólica a sus objetos. Los pescadores de Asia tejían redes que, aunque prácticas, eran bellas en su sencillez.

Hoy en día, el macramé resurge como símbolo de libertad y creatividad, ya que muchas personas buscan algo que las conecte con la calma y la paciencia. Aprender macramé es como meditar: cada nudo es un pequeño respiro, un momento para estar presente. Y sigue teniendo ese poder de unir historias, porque cada pieza hecha a mano lleva la huella de quien la creó.

La verdad es que como técnica es un buen ejercicio de paciencia y cuidado, al igual que tejer o coser. Para mi está siendo muy relajante y me está gustando mucho, con lo cual creo que seguiré practicando y aprendiendo, porque creo que se pueden llegar a hacer cosas realmente preciosas.

Espero que os guste esta entrada y que le deis mucho amor.

¡Gracias por leer!